El desierto. ¿A quién no le gustaría poder tocar con la palma de su mano esa arena clara y fina de la que se forman las grandes dunas del desierto del Sáhara que tantas veces hemos visto en cine y televisión?
Yo he podido hacerlo hace muy poquito, pero no te contaré mi viaje al desierto de Marruecos en modo anecdótico o en forma de sucesos.
Eso resultaría fácil y entretenido pero no es para lo que estoy aquí.
Te contaré el viaje interno que ha supuesto para mí visitar el desierto de Marruecos, o más bien, mi recorrido interno desde que decidí emprender esta aventura hasta encontrarme inmersa en la grandiosidad del Sáhara.
No me voy a extender demasiado ni voy a ser rollista, si no que te compartiré algunas pinceladas que para mí han supuesto un antes y un después.
Para empezar te diré que esté viaje llevaba programado dos años, ya que era antes de la situación de pandemia cuando debíamos emprender la aventura de perseguir el viento con Sergio Gutiérrez, creador del proyecto Persiguiendo el viento.
Persiguiendo el viento es un proyecto que reúne a perfectos desconocidos para llevar a cabo aventuras por el mundo, visitando lugares mágicos desde una perspectiva más propia de explorador que de agencia de viajes, desde unos valores muy marcados de solidaridad, respeto y tolerancia tanto con el hábitat y los pueblos que se visitan, como entre los propios compañeros de viaje que tras unos días de itinerario ya se convierten en familia.
Hace tres años me apunté a la aventura del desierto de Marruecos motivada por mi amor por el minimalismo y la idea de verme en medio de la “nada” del desierto para poder respirarla y vivirla en profundidad.
Aunque algo se interponía, y es que estaba transitando una crisis personal como nunca antes había experimentado, la cual me limitaba en gran medida a la hora de salir de mi zona de confort. Había desarrollado cierta fobia social y alimentaria que sabía me iba a incomodar en una aventura de esas características.
Pero las ganas de pisar el desierto podían a mis miedos, y pese a que éstos no eran pocos, decidí lanzarme y hacer click en el botón «Comprar viaje» de la bonita web del proyecto.
Estaba decidida a enfrentar mis miedos y ese viaje iba a ser como quitar una tirita: rápido, doloroso pero necesario para curar esa herida interna que vendría conmigo.
Entonces, llegó la pandemia, se instauró el estado de alarma a escala mundial y el viaje quedó congelado.
Una parte de mí (sí, compañeros de viaje, he de reconocerlo) se alegró, pensando en que cuando todo acabara, mis miedos habrían desaparecido y ya no debería enfrentarlos pudiendo así viajar sin ataduras.
¡Ingenua de mí! Pues no sabía cómo la situación de pandemia que hemos vivido estos dos últimos años iba a empeorar esa fobia social e iba a potenciar el apego que sentía por mi zona de confort y mi aislamiento del mundo en mayúsculas.
Tras varios intentos fallidos de regresar a una vida más o menos saludable y dejar atrás aquella espiral depresiva, de pronto se acercaba la fecha del viaje de nuevo.
Miedos, dudas, vuelta a tratamiento… ¿Cancelo el viaje? No podía hacerle esa ‘faena’ a Sergio, la verdad.
¿No lo cancelo y me enfrento a él? Ufff… no me sentía con cuerpo, mente y corazón para ello.
¿Qué hacer cuando la tierra tira de ti y te hacer quedar inmóvil?
Pues… te lo diré:
Cerrar los ojos, respirar, comprarte calzado adecuado, preparar la mochila y, ¡lanzarte a Perseguir el Viento!
Cuando imaginas un desierto, automáticamente ves en tu cabeza arena y dunas enormes, pero esto es solo una parte de él. La otra parte está compuesta por formaciones rocosas increíbles, algunas profundamente disecadas y otras de origen volcánico, creando formas y colores maravillosos.
Pero he de decir que cuando te vas adentrando en terreno arenoso y las dunas comienzan a aparecer es realmente emocionante.
Esto sucedió de camino al desierto de Merzouga, un gran desierto de dunas situado cerca de la frontera de Marruecos con Argelia.
En aquel trayecto en autobús pude detectar como el terreno rocoso se convirtió en arena, así, de un momento a otro. Y aquí entré en catarsis.
Nadie me vio pero el llanto silencioso en el que me adentré fue intenso y también purificador.
La sensación de logro que sentí fue abrumadora. ¡Ya estaba allí! Lo había conseguido, después de tantos bloqueos y dudas sobre si sería capaz de enfrentarme a la aventura que llevaba ya dos años esperando.
De pronto me vino a la mente mi madre, todos los viajes que habíamos realizado juntas, y todos los viajes que por circunstancias, ya no podríamos compartir.
Y también pensé en Rosa, mi tan querida paciente a la que tuve el placer de acompañar durante 6 meses en la última etapa de su vida y que en ese momento había muerto hacía apenas 2 semanas. Mi «mami de Barcelona», como me solía decir, y es que una visita semanal durante 6 meses nos unió de un modo especial. Miraba las magníficas montañas y la veía ella, sintiendo como si de alguna manera pudiera disfrutar del paisaje conmigo.
Seguramente mis compañeros se preguntarían en más de una ocasión:
¿Qué hace este personajillo uniformado con bermudas estampadas y camiseta roja perdiéndose constantemente en el desierto y alejándose del grupo? Hubo risas que acompañaron está tendencia mía y lo cierto es que me resultó muy divertido.
Lo que hacía era precisamente eso: respirar la nada, vivir el vacío, sentir un amor profundo por la vida y la naturaleza, y contemplarlos de lejos pensando en la suerte que había tenido de poder vivir mi viaje interno con un grupo de personas que pese a ser tan diferentes entre sí y con respecto a mí, poseían tal calidad humana con la que me sentía reconfortada y segura.
Es por todo ello, que con mucho cariño les dedico estas palabras.
Gracias por compartir un trocito de mi camino, familia.
Me encanta como lo cuentas! Y que bien que te has animado. Solo yendo en dirección a nuestros miedos es que se desvanecen tambien no?
Quiero saber más del viaje