Hoy hablaré del día de mi cumpleaños, que aunque queda ya bien lejos, ¿por qué no dedicarle un pequeño espacio?
Hacía ya un tiempo que esta fecha no me “caía” del todo bien, pero por suerte este año pasado fue diferente.
Toda mi infancia he sentido este día como EL DIA. Ni Papá Noel, ni los Reyes Magos podían superar la emoción que me reportaba este día de cumpleaños, y esto desde luego, ¡es mucho decir! Era para mí un día especial, ya que desde mi niñez así me lo habían hecho sentir. (Si quieres conocer mi historia la tienes aquí)
Mi madre se encargaba de que me sintiera importante y única en el mundo simplemente por el hecho de haber nacido. Lo consiguió durante muchos años y le estaré eternamente agradecida por ello. Pero con el paso del tiempo y a medida que fui madurando de niña a adolescente, de adolescente a joven y de joven a adulta, esta emoción se fue transformando en mi interior, hasta que en algún momento que ahora no identifico con demasiada claridad, ese día dejó de tener importancia para mí. Me preguntaba a mí misma: Entonces El día de mi cumpleaños. ¿ Feliz…?
¿Cómo siempre ha podido generarme tanta alegría un día tan corriente como es el 2 de Octubre? ¿Qué derecho tengo yo de sentirme importante o qué sentido tenía toda aquella alegría experimentada por la llegada de un día exactamente igual a todos los demás?
Nunca he tenido claro si aquel entusiasmo se hubiera preservado en caso de que mi familia se hubiera mantenido unida o de que mi madre hubiera conservado su salud. De generarme entusiasmo infinito, pasó a hacerme sentir una profunda tristeza, pues aferrada al recuerdo de un “pasado mejor”, no aceptaba que mi realidad hubiera cambiado de un modo tan radical, ni que mi madre se hallara tan enferma.
Mi cumpleaños pasó a convertirse, entonces, en sinónimo de dolor y ansiedad.
Nunca me ha molestado cumplir años; de hecho, siempre me ha encantado. Para mí el hecho de cumplir años es la plasmación en mi carnet de identidad, de las experiencias vividas y del crecimiento interno que ellas han impreso en mi persona. Sin embargo, aferrada a esa desagradable sensación de pérdida existencial, simplemente un día dejo de tener sentido.
Tras ya unos cuantos años viviendo de este modo “mi día especial” de pronto llegó una nueva mañana de 2 de Octubre en el ya pasado 2019, cuando con sorpresa pude ver que algo había cambiado. Sin sentir una excitación desmedida, me encontré a mí misma envuelta en un velo de entusiasmo muy calmado, y sobre todo, invadida por un potente sentimiento de gratitud.
El día de mi cumpleaños. ¿ Feliz…?
Gratitud por la vida; por mi vida. Por toda la gente a mí alrededor que me ama y a la que yo amo de igual manera; y por todo el amor y servicio que tengo por ofrecer en este mundo tan enfermo de automatismo, inconsciencia, incoherencia y tristeza en el que vivimos.
Mi amiga Sandra y compañera de batalla Londinense terminaba su mensaje de felicitación aquel día diciendo:
– ¿Qué te voy a decir? ¡¡Que eres un unicornio dentro de esta sociedad de mierda!! – con su genial acento malagueño. Así, todavía hoy sintiéndome tremendamente alagada por sus palabras y pese a hacer ya meses de aquel día y mensaje, hoy brindaré por todos los unicornios que aunque escasos en número, hacen del mundo un lugar en el que vale la pena vivir, a pesar de todo.
¡Por vosotros, pequeños ponies***!
Te como esa cara bonita que tienes poni mio!!! Ratifico lo que te dije ese día: tienes tanta luz y tantas cosas buenas que aportar a este mundo oscuro y lleno de mugre… Continúa brillando unicornio!